Escribir es cosa de niños

Recuerdo cuando la escritura apareció en mi vida. En mi caso surgió naturalmente, cuando tenía alrededor de once años. Cada cosa que pasaba, que veía, cualquier estímulo que recibía, se convertía automáticamente en la necesidad (más que el deseo) de traducirlo con mis propias palabras sobre un papel. 

Creo que en todo esto, inevitablemente habrá tenido algo que ver la escuela: cuando las maestras de lengua nos pedían hacer las famosas redacciones sobre determinados temas. En esa época no me daba cuenta de que mi forma de escribir, mi tendencia a plasmar cuestiones internas en aquéllo que decía, sobrepasaban las consignas o lo que se esperaba de un simple trabajo escolar. Sin embargo, ese tipo de ejercicios sirvió para mostrarme el placer que me generaba poner por escrito lo que sentía, qué pensaba, la forma en que procesaba las experiencias. Simplemente pensaba que era algo natural, porque ése era el modo en que afloraban de mí. 



Fue una maestra, en séptimo grado, que me invitó a participar en un concurso de poesías. Lo recuerdo como si fuera ayer. Era un concurso llamado "El abuelo", y se debía ser el tema sobre el cual trabajar.

La seño Polido puso todo su corazón en enseñarme técnicas y recursos poéticos durante los recreos. Y a mí se me llenó la mente de mariposas. 

En algún punto del proceso apareció en mí la necesidad de escribir sobre mi abuelo Juan. Él había partido cuando yo tenía apenas dos años, pero de alguna forma su recuerdo había logrado subsistir en mi memoria y en mi corazón. 

Las emociones no estaban a flor de piel, claro. Había pasado demasiado tiempo y, para lograr traerlas al presente debía usar alguna herramienta, por decirlo de algún modo, que me permitiera ponerme en contacto con todo ese mundo interno que el paso del tiempo había anestesiado. 

Por simple instinto busqué el aislamiento, la soledad, y estimular mi introspección a través de la música. Recuerdo haber elegido un tema instrumental, que había escuchado en uno de los cassettes de música clásica de mis padres, y que siempre me había generado tristeza con sus notas. 

Pasé los siguientes días encerrada en mi habitación escuchando ese adagio y recordando más con las emociones que con los pensamientos, mientras todo eso que se removía dentro de mí iba encontrando un camino hacia el papel a través de las palabras. 

Durante esos días lloré... lloré mucho. Sabía que ese llanto era una catarsis, una transformación, un reciclaje. Hasta que por fin surgió ese poema que recibió el nombre de "Tu ausencia" (que puedes leer aquí)y por el cual terminé recibiendo el primer premio en aquél  revelador concurso, que me abrió las puertas a esa forma de experimentar la vida.

Gracias por leerme 💕

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