EL DESARRAIGO: LA HISTORIA DE MIS ANCESTROS QUE HABITA EN MÍ
Querido Quien Seas:
Hay una sensación que siempre me acompañó en mis momentos de soledad y silencio: la de no pertenecer, la de no estar completa. Una sensación que podía ver expuesta en una imagen recurrente que asaltaba mi mente: la de un árbol con las raíces encarnadas en un lado del río, mientras que sus ramas y sus hojas se extendían y buscaban llegar al otro lado, sin poder lograr estar en uno ni en otro lugar.
Muchas veces me pregunté de dónde venían esas emociones, esos recuerdos de experiencias no vividas. Hasta que comprendí que las había heredado de mis ancestros, esos que, huyendo de la posguerra, las hambrunas y la falta de trabajo en España, habían llegado a la Argentina buscando mejores oportunidades, o al menos la oportunidad de sobrevivir.
Atrás dejaron vidas enteras: padres a quienes no volvieron a ver, pertenencias, identidades, idioma. Y, aunque lograron expandir sus ramas y poblar "este lado del río" con su trabajo arduo y toda su descendencia, hoy comprendo que sus almas siempre estuvieron divididas.
Fue ésa la llama que me invitó a escribir este cuento, que tuve el placer de ver publicado en la edición 2015 del Concurso Jóvenes Cuentistas Horacio Quiroga, de la Biblioteca Popular Madre Teresa, y me surgió el deseo de compartirlo con vos, querido quien seas.
"REFLEJO DE AYER"
"Casi puedo verte parada
allí, a punto de descender de ese gran barco, después de casi un mes sin tocar
tierra firme. Es extraño verte así, a través del tiempo. Siempre creí que el
único tiempo y el único espacio posibles eran estos que me tocan vivir hoy a mí,
el presente, mi propia época, mis propias circunstancias. Como si todo tiempo
pasado fuera insignificante, como si el sentir de quienes ya no están nunca
hubiese existido, como si no hubiesen sido reales por pertenecer al pasado.
Será esa indiferencia, esa ignorancia quizás uno de los privilegios de la
juventud, de la inmadurez, del ego exaltado. Sin embargo hoy casi puedo verte y
eso me hace pensar que mi juventud me ha abandonado. Estar parada en la mitad
de la propia vida te da, inevitablemente, otra perspectiva, te achica el punto
de fuga y te amplia el horizonte. De algún modo se vuelven visibles otros
sitios, otros tiempos. Pasado, presente y futuro son ahora continuos, dejan de
ser un cumulo de fotos viejas de años muertos o esperanzas utópicas sobre lo
desconocido.
Y es así que hoy,
irremediablemente, casi puedo verte, así de simple, como si te tuviera al
frente, como si fuera yo uno de los miles que descendieron de ese barco. Como
si se tratara de un cuadro expuesto ante mis ojos, o, más que un cuadro, una
película que pasa en cámara lenta, te veo dudando, temiendo, temblando. Te veo
con los ojos aguados y mordidos para no llorar. Te veo andrajosa, intentando
disimular las arrugas del vestido y los eternos días sin poder sentir el agua
sobre tu cuerpo. Las uñas astilladas por la espera. Las hilachas de tu pelo
cayendo sobre tu frente y tus dedos intentando volverlas a su lugar. El anillo
de tu madre cayendo por tu dedo huesudo por tanto viaje y tanta hambre. El baúl
viejo con lo poco que pudiste traer y que ahora es todo lo que tienes. La carta
estrujada, manchada de tanto leerla… si quizás serán las últimas palabras que
lleguen a vos de tus padres. Y su mirada al decir adiós, esa mirada que ahora
cargas como una sombra en tu propia mirada. La autorización en medio de tus
ropas, de puño y letra de tu padre, para casarte con Juan…. ¿Dónde estará Juan?
¿Podrás encontrarlo en este tumulto? ¿Habrá conseguido trabajo Juan? ¿Un lugar
para vivir?
“Señorita, ¿va a
descender?” pregunta un hombre, con una mirada tan triste como la tuya desde
atrás de un índice que toca levemente tu hombro. Y, como despertando de un
sueño, percibes la ola pausada de gente que aguarda para bajar. Desciendes
lento, apretando la manija del baúl con una mano y la barandilla con la otra.
El mar que inunda tus ojos vuelve ondulados los escalones. Consigues llegar a
tierra firme y al tocar el suelo con tus pies sabes que finalmente España ha
quedado atrás, lejos, muy lejos. Todo el universo cabe en el hueco profundo de
esta soledad. Estás sola.
Pero la voz de tu tierra
se hace carne en el susurro tembloroso que te nombra: “¿Teresa?”. Y entonces te
entregas, te duermes, te caes, porque sabes que sus brazos te darán sostén y
cobijo, y el océano entero desborda en tus ojos, y tu corazón galopante, y tus
manos sudorosas, y el temblor en tus piernas…
Juan te abraza. Él
también estaba solo. Pero ya no más, ya no más…
Y hoy yo, cien años después y, sin embargo, casi puedo verte. Es como si te viera parada allí, con una vida atrás y otra por delante. Es como si pudiera reconocerte en esa mirada llena de mar cada vez que me miro en el espejo."
Gracias por leerme
Mónica 💕
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